Hola amigos de la literatura,
Una vez más, gracias por dedicar un poco de tu tiempo a leer
este blog, y una vez más quiero compensarte ofreciéndote un poco de mí, un poco
de mi obra.
Hoy quiero ofrecerte un pequeño fragmento de Las tribus salvajes, uno de los relatos
que puedes encontrar en Relatos
de Kenar.
Espero sinceramente que te guste, que lo disfrutes, y si
tienes algo que comentar, no dudes en hacerlo abajo, en los comentarios, o
puedes ponerte en contacto conmigo por email, lo tienes arriba a la derecha.
Silencio, que empieza.
[…] La espera se hacía insoportable
para Kurt y sus compañeros, la sangre le hervía y temía que Roun pudiera
escapar.
Esos sentimientos y la falta de
paciencia le llevaron de forma inconsciente a cometer un error. Sumido en sus
pensamientos, Kurt había empezado a mover una pierna de forma rápida y
repetida, un tic de la impaciencia, que llamó la atención del conjurador. Sus
miradas se cruzaron, y en ese momento a Kurt se le paró la respiración y el
pulso. Ahora era consciente de su error, aunque el mago no parecía a priori que
fuera a delatarle.
Ese hecho le extrañó, pero no se lo
pensó dos veces y aprovechó el breve impasse
de tiempo para atacar, no cometería el error dos veces.
Salió de su posición a la carrera y gritando, invadido por la
ira ciega de un soldado que se apresta a la batalla. Sus compañeros se
sorprendieron y tardaron un instante eterno en movilizarse para embestir junto
a Kurt. Pero el enemigo estaba totalmente descolocado, los salvajes que estaban
en los alrededores se apartaron ante aquel grito de procedencia desconocida,
como acto reflejo de defensa ante algo inesperado. Todos excepto Roun.
Kurt avanzaba deprisa y sin
obstáculos hacía el conjurador, con el hacha de mano levantada y preparado para
descargar un golpe mortal en la cabeza de su objetivo. No pensó en las
consecuencias de su acto, sabía que no eran suficientes para luchar contra
aquel ejército, aunque esperaba que el factor sorpresa les permitiera acabar
con un buen número de ellos, y si los hados del destino tenían a bien, esperaba
que el resto de su ejército llegara a tiempo de aprovechar la ventaja de la
sorpresa.
Ya estaba a un paso del mago, cargó
embravecido con el hacha, pero de pronto sintió como si una fuerza invisible
detuviera la trayectoria de su brazo, y cuando miró hacia su mano, vio que la
mano del mago estaba justo encima de la suya, sujetando el hacha, que parecía
haberse congelado en el aire, y sin que esto supusiera un esfuerzo para el
viejo. En ese momento Roun agarró con su otra mano la empuñadura del mandoble
que ya había desenfundado el que parecía ser el jefe de la tribu. Y entonces
ocurrió algo increíble. El tiempo se detuvo, los gritos cesaron, las gentes que
se encontraban en aquel desordenado campamento parecieron estatuas congeladas,
y un halo de luz blanca azulada disipó la oscuridad de la noche.
Y entonces, llegó la comprensión. A
la mente de Kurt llegaron recuerdos que no eran suyos, de remotos lugares en
los que no había estado y de personas a las que no conocía. Y vio una cultura
rica y próspera. Vio temor ante un invasor extraño. Vio una cruenta batalla que
exterminó casi por completo a aquella gran cultura. Vio el miedo, el desánimo,
la congoja, el sufrimiento y la desolación de los supervivientes, obligados a
esconderse en los bosques, a vestir con harapos y cazar su propia comida si no
querían morir de hambre, a defenderse de las criaturas salvajes que acechan en
la oscuridad, a convertirse en animales más salvajes que las bestias que les
acechaban para poder sobrevivir. Y entonces comprendió a su enemigo, y entonces
sintió su dolor, y entonces comprendió que no tenía a un enemigo enfrente, sino
a un hermano.
Los ojos del jefe de la tribu
transmitían la misma comprensión que los de kurt, y en ese momento, sin
necesidad de palabras, sus mentes hablaron, se saludaron, conversaron acerca de
sus miedos, sus inquietudes y su deseo de bienestar para su pueblo.
Y como si no hubiera pasado un solo
segundo, el tiempo reanudó su marcha, los sonidos llenaron el ambiente y las
personas dejaron de parecer estatuas. Pero todos se quedaron quietos en el
sitio, en silencio esperando algo, sin saber exactamente el qué.
Kurt miró hacia sus compañeros, que
se habían lanzado al ataque tras él con las armas desenfundadas, y tras la
línea de árboles, distinguió al grueso de su ejército, que por la forma de
caminar hacia el campamento enemigo dedujo que también habían sentido algo extraño.
Tanto Kurt como el jefe de la tribu
miraron sus armas, que colgaban ahora de sus brazos inertes, y comprobaron que
brillaban con la misma luz blanca azulada que había bañado sus visiones.
Roun había desaparecido de su lado,
pero de pronto su voz resonó en la mente de todos los presentes diciendo:
—Ahora que entendéis a vuestros
enemigos, han dejado de serlo. Ahora que habéis sentido lo que ellos sienten,
sois hermanos. Ahora que vuestras armas brillan con la luz del Kum, jamás se
cruzarán. Vuestra paz ha sido sellada.
Una sonrisa brotaba de los labios del
anciano, ahora granjero.
—Mamá, ¿por qué está tan contento el
abuelo Kurt?
Preguntaba el nieto menor del antaño
soldado y cazador.
—¿Ves a aquel hombre que se acerca
por el camino? —contestó su madre, señalando a otro anciano corpulento y
vestido con harapos que se acercaba a la vivienda familiar—. Tu abuelo sonríe porque
viene a verle su hermano […]
Un saludo y gracias por leer estas líneas.
Iñaki a. Lamadrid